El estrés laboral en el extranjero
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octubre 28, 2024Todos experimentamos altos y bajos emocionales. El simple hecho de existir hace que nuestras emociones no sean lineales. Es imposible, por ejemplo, estar siempre felices. Por más que se intente, siempre habrá situaciones difíciles, complejas o dolorosas que cambien nuestro estado de ánimo.
Pero esos altos y bajos que experimentamos todos no necesariamente significan que tengamos un trastorno de salud mental, aunque la línea que divide una cosa de la otra puede parecer muy delgada. Cuando nos sentimos profundamente tristes, es normal que nos preguntemos si quizá no estemos deprimidos. Si nos cuesta mucho enfocarnos en una tarea o mantener la atención puesta en algo, podríamos pensar que sufrimos déficit de atención.
La clave para diferenciar entre emociones sanas y un posible trastorno de salud mental está en la frecuencia, la duración, y el impacto que estas emociones tienen en nuestra vida diaria.
Sentir tristeza, ansiedad, enojo o incluso desesperanza es una parte natural de la experiencia humana, que permite que interpretemos y respondamos al mundo que nos rodea. Las emociones sanas nos alertan sobre situaciones que requieren nuestra atención: la tristeza nos señala cuando algo importante se ha perdido, la ansiedad puede advertirnos sobre un peligro potencial y la ira surge cuando percibimos que hemos sido injustamente tratados. Cada emoción, en su forma natural, cumple una función que favorece nuestro bienestar y adaptación.
Sin embargo, cuando estas emociones se vuelven intensas, persistentes o desproporcionadas respecto a la situación, pueden interferir en nuestra calidad de vida y bienestar, lo cual es un posible indicativo de un trastorno de salud mental.
Por ejemplo, la tristeza que surge después de una pérdida importante es un proceso natural del duelo, que, aunque doloroso, tiene un ciclo de inicio y fin, y permite que integremos la experiencia de la pérdida en nuestra vida. Pero cuando esta tristeza se convierte en una constante que no cede, pierde su razón de ser y se instala, afectando nuestra capacidad para disfrutar la vida o llevar a cabo nuestras actividades cotidianas, puede tratarse de depresión.
Lo mismo sucede con la ansiedad: una respuesta natural que nos permite mantenernos atentos y reaccionar frente a riesgos o situaciones demandantes. Cuando esta se convierte en una presencia continua, generando inquietud y miedo en ausencia de una amenaza real, puede indicar un trastorno de ansiedad. Este tipo de ansiedad no cumple una función protectora, sino que bloquea nuestras capacidades y nos aleja de vivir plenamente, limitando nuestras interacciones y capacidades.
El factor determinante, entonces, entre una emoción sana y un trastorno radica en si las emociones nos permiten desarrollarnos y responder de manera funcional a nuestra vida cotidiana, o si, por el contrario, nos bloquean. Las emociones sanas fluyen y se adaptan a cada momento, ayudándonos a procesar la experiencia y a seguir adelante. Pero cuando no encontramos un alivio ni podemos ajustarnos a una situación de manera flexible, es posible que estemos ante un trastorno.
Una manera útil de identificar si estamos enfrentando emociones naturales o algo que requiere atención profesional es observar si la intensidad y la frecuencia de estas emociones afectan áreas clave de nuestra vida, como el trabajo, las relaciones, el descanso o la salud física.
Sentir tristeza por momentos o experimentar ansiedad antes de una situación importante es normal; sin embargo, si la tristeza se transforma en una sensación de vacío constante o la ansiedad empieza a interferir con nuestra capacidad de descansar o disfrutar de la vida, entonces es necesario prestar atención.
Es importante mencionar que los trastornos de salud mental no se presentan solo en personas con un historial clínico complejo; pueden surgir en cualquier momento de la vida. Reconocer la diferencia entre emociones sanas y un trastorno no siempre es sencillo, ya que muchas veces las personas normalizan su malestar.
La cultura de la resiliencia y la autosuficiencia, aunque valiosa, también puede llevarnos a ignorar señales de alerta, promoviendo la idea de que debemos «aguantar» cualquier dificultad emocional sin buscar ayuda.
Frente a estas señales de alerta, cuidar de nuestra salud mental significa primero permitirnos escuchar nuestras emociones y validar nuestro dolor. Cada emoción tiene una raíz y un mensaje importante para nuestro bienestar, pero también es esencial saber que no estamos solos y que existen profesionales capacitados para ayudarnos a entender y gestionar nuestro mundo emocional. Abrazar la ayuda y los recursos disponibles es una acción de autocuidado, una afirmación de que nuestra salud mental es tan importante como nuestra salud física.
Reconocer cuándo necesitamos ayuda y actuar en consecuencia no solo es un signo de salud mental, sino también de respeto hacia nosotros mismos. Y es, en este proceso de autoconocimiento y aceptación, donde realmente florecen las emociones sanas, guiándonos hacia una vida más plena y en armonía con nuestra realidad.
Si necesitas ayuda para reconocer tus emociones y entender si son sanos o se están convirtiendo en una traba para tu vida, no estás solo.
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Equilibrio Mental Health, equilibrando emociones.